jueves, noviembre 20, 2014







V. Sueltos (4)



Tengo por estancia tus instancias:
                                dame besos...





domingo, noviembre 16, 2014






Siempre venía con unas enormes gafas negras,
opacas como un velo de hormigón. Nunca se las quitó. Jamás vi sus ojos, ni su mirada, ni la expresión oculta tras ellas. Me dijo que no podía evitar llorar a todas horas. Y yo siempre la vi llorando. Los restos de su rostro visible estaban húmedos, surcados por pequeños regueros de agua limpia. De vez en cuando, un alud de gota descendía arrasando la mejilla hasta el borde pálido de su mentón. Y solo algunas veces, una de esas lágrimas fugaces se escurría hacia un abismo de silencio en su lenta caída hasta el pecho.

-Llorar no me pone triste -decía entre sollozos. Y seguía llorando.

Ejercía de plañidera en la pequeña funeraria de su barrio, en una ciudad mediana de provincias, donde todo el mundo tenía la sensación de conocerse a pesar de comportarse como desconocidos. Llevaba 17 años llorando los muertos de otros, pero siempre los supo lamentar como propios.

-Mi quejido no es un teatro. Ni actuación ni decorado. Yo lloro para que otros puedan hacerlo.

Su llanto era un desfibrilador de pechos acongojados, de gargantas anudadas, de emociones bloqueadas. Era el alivio de los cuerpos: el amanecer que precede a la resaca de las almas.

-Pero estoy cansada. No de llorar. De eso, no. Estoy cansada de la tristeza -gimió-. De esa garra que se clava en el esternón y pesa como una lanza clavada en el centro.- No le bastaba con liberar las heridas del corazón: dejarlas que sangraran agua para que, limpias, no se pudriesen allí dentro los muertos. No. Ella quería licuar los cuerpos.

Desde hace unos meses, hay un grupo de plañideras en el barrio; aunque menos, también van hombres. No hacen nada más. Sólo lloran. Disuelven lo dulce con lo amargo y dejan que cada cual distinga el sabor de sus experiencias.


viernes, marzo 21, 2014




V. Sueltos (3)



Con qué tiempo conjuga tu verbo impaciente/
cose o saja/
flecos en la costura de mis ansias





domingo, marzo 16, 2014



V. Sueltos (2).




Aún guardo restos del estallido:
ráfagas del olor de tu trinchera.




sábado, marzo 08, 2014





El mismo día que decidió
estudiar odontología tomó también la decisión de no volver a hablar. La primera vez que vino a verme nos escuchamos sin decirnos nada: paradojas del silencio. Y aún tuvimos que reencontrarnos un par de veces más, aprendiendo a comunicarnos con la incómoda sensación de que los cuerpos hablan, antes de que entendieramos nada.

Los siguientes días fuimos cruzando todas las formas sólidas que el lenguaje es capaz de licuar: suspiros fonéticos, perifrásis corporales arrellanándose en las sillas, algún verbo escrito con el tacto tímido de las manos, versos sueltos y sin rima que recitábamos con los párpados, breves diálogos de ojos gritándose emociones repentinas... Lengua muda de los cuerpos en roce.

Habían pasado ya un par de meses, y aún no habíamos usado la garganta ni sus cuerdas para atarnos, cuando un día llegó con un diente molar, acomodado en una de esas pequeñas cajas cuadradas que los anillos usan para esposar a los pretendientes. Depositó su minúsculo cuadrado rojo sobre mi escritorio y se sentó con las manos cruzadas en sus labios pidiendo silencio, demora, oración.
Esperé con la mirada sostenida de una novía: mudo a punto de gritar. 

"Yo soy ese que llaman el Ratoncito Perez."

Y entonces sentí su ausencia. Vacío. No eran el lenguaje, las palabras, las ideas..., era la voz lo que me faltaba. Se congeló mi boca como una mandíbula de molino atascado. Ciego como el pozo de una mina. ¿Qué cuerpo, sin piel? ¿Qué palabra, sin poderla lamer? ¿Qué lengua, sin voz? Todo mi cuerpo se desgañitaba angustiado queriendo hablar, sonar, gemir. Decir. Decir algo. Pedir explicaciones, hacer preguntas: poner voz.

"Ese es el primer diente que recogí. LLevo años recopilando y guardando los dientes de la gente. Los que meten debajo de las almohadas. Los que envuelven en un pequeño trozo de papel. Los que se dejan en un rincón de la encimera. Los qué se quedan los dentistas. Los que se caen al suelo. Los que tiran... Esos que nunca nadie recuerda qué hizo con ellos. Y desde aquel día no había vuelto a hablar. Me quedé sin voz. Mudo."

Me miró con dulzura, usando la voz suave de sus ojos serenos. Me tranquilizó tocándome con la punta sonriente de sus lábios. Apaciguó mi silencio; y cuando vió que había recuperado el habla, se levantó para marcharse, liviano, con un último verso. Durante todos esos años, rebuscó en los intersticios de las muelas restos de fonemas, letras sobrantes; palabras que se hubieran quedado clavadas en los colmillos, como notas sujetas a un pincho. Ecos de lo que pudiera decirse.

"La persona a la que le cogí ese diente, aquella noche soñaba que su cuerpo iba volando en giros hacia algún lugar por el que, al fin, podría salir.
No está en la boca. Ni siquiera en la garganta. Está más allá. Antes, incluso, de que existieramos nosotros. La voz no es algo que tenemos: nos llega.
Es tuyo."

jueves, marzo 06, 2014


http://www.eldiario.es/canariasahora/sociedad/Muere-poeta-Leopoldo-Maria-Panero_0_235876472.html
Ha muerto Leopoldo María Panero.

Y además de su turbadora poesía, de la fuerza de su locura y su cordura -en él no se distinguían como lo hacen en el resto-, recuerdo el día que fuimos a rescatarlo, como un komando terrorista-cultural de jóvenes dispuestos a asaltar la razón establecida, al manicomio de Mondragon (uno de tantos). 

Recuerdo aquellas horas lúcidas de coca-colas infinitas, de cigarrillos masticados y hasta me acuerdo de la tortilla de ajos tiernos que mezcló con las pastillas y que terminó por asesinarlo. Una pastilla que el médico insistió insistió insistió en que le diéramos y, el hombre de ideas oceánicas, de verborrea poética radical y situacionista, quedó sumido para siempre -para nosotros ya sería para siempre- en una de las formas de terror en las que el poder tiende a violarnos: quedó dormida su palabra, su aliento, su latido, su mente, su mirada...


Mi pequeña ofrenda en "Versos Sueltos":

"Me falta el oxígeno de tu Palabra: mi aliento."