domingo, noviembre 04, 2012



Aún no se había sentado
y ya estaba esbozando aquella forzada sonrisa. Todavía perdura en la habitación la espesura de su sombra. Los labios rotos, como brazos quebrados bajo su nariz. No fue el trazo de gaviota negra dibujado en su boca -pájaro de mal agüero- lo que se me grabó en la memoria, sino el brillo afilado de los dos pequeños colmillos punzantes que asomaban bajo las alas sombrías de su estúpida sonrisa. Aún siento el estremecimiento que me produjo su silencio incisivo.

- Enseñar los colmillos es una expresión que suele referirse al deseo de hacerse respetar o temer. - Le dije.- No sé cual de esas dos actitudes es la que usted pretende.

Me miró con su cara de idiota, una dulzura agria en los ojos, y forzó más las comisuras de los labios, estirando su plástica sonrisa como un áspero gorro de baño.

- ¡Oh, no! - Dijo. - Es mi admiración... mi admiración... y mi aprecio por usted ... por usted y su profundo... nada más... No, no, nada más... Su conocimiento... su conocimiento, si... Nada más. Si, nada más... Oh, no... nada más... en serio... es mi... solo eso... ¿comprende?... oh, no...!

Cuando le vi farfullar de aquella manera, no solo podía escuchar su profunda confusión. También podía advertirse la violenta aceleración de su mente, el desorden de las ideas. El miedo resoplába en su boca como ráfagas de aire colándose entre las hojas de los árboles, ocultando el sonido de su voz, robándole palabras como quien quita ladrillos a un muro.

Tocaba el piano en un viejo bar de ciudad repitiendo el mismo repertorio cada día. Y según me dijo hacía un par de meses que había decidido deshacerse de su piano de los últimos quince años porque “el que tengo es… no sé… es como… ¿sabe?... como si se hubiera aprendido las partituras… eso, sí… las partituras de memoria… sí, ja ja, sí… de memoria, sí, bueno, ya me entiende… como si se las hubiera aprendido y ahora, ¿sabe?… ahora no quiere que toque ninguna otra… en serio, no quiere que toque ninguna otra… ¿lo puede creer?, no me deja que toque ninguna otra… es increible… ¡increible!… ¿lo puede creer?... ¡puto piano!...

Y volvió a levantar el telón de sus labios, como una cortina tras la que asoman los pies, mostrando sus pequeños colmillos descalzos, sin suelo donde morder. Detrás se perfilaba la sombra de una sonrisa escuálida: "Y, bueno… yo… sí, verá, yo… como mi aprecio… usted ya sabe mi aprecio… he pensado que tal vez… bueno, no sé… sí… tal vez, he pensado, tal vez podría ayudarme a matar a mi piano… bueno, no, claro, je je… matar no… je je… ya sabe… dejarlo, eso, sí!... dejarlo ¿sabe?... es que yo… es decir, no puedo… no sé, vamos… no sé como... ¿sabe?, no sé… en realidad es como si ya no pudiera enseñarle más, ¿no cree?… es decir, sí… ya me entiende… como si al puto piano le hubiera ya enseñado todo… eso es, sí, eso quiero decir… en realidad ya se lo he enseñado todo, ¿no?… ya me entiende usted… su conocimiento… o sea no hay piano ya que pueda aprender más de mí, ¿no cree? ¿eh?!... ¿ya sabe, no?... es decir, sí… ¿ya sabe lo que quiero decir, verdad?... es que yo no… no sé… no… ¿entiende?... puto piano…

Antes de que volviera a cruzar la selva de sus emociones a machetazos me levanté a abrirle la puerta:
- No se preocupe, algún día encontrará quien le toque a usted.- Pobre idiota, pensé, solo es un vampiro.