Aún no se había sentado
y ya estaba esbozando aquella forzada sonrisa. Todavía perdura en la
habitación la espesura de su sombra. Los labios rotos, como brazos quebrados
bajo su nariz. No fue el trazo de gaviota negra dibujado en su boca
-pájaro de mal agüero- lo que se me grabó en la memoria, sino el brillo afilado
de los dos pequeños colmillos punzantes que asomaban bajo las alas
sombrías de su estúpida sonrisa. Aún siento el estremecimiento que me produjo
su silencio incisivo.
- Enseñar los colmillos es una
expresión que suele referirse al deseo de hacerse respetar o temer. - Le dije.-
No sé cual de esas dos actitudes es la que usted pretende.
Me miró con su cara de idiota, una dulzura agria en los ojos, y forzó más
las comisuras de los labios, estirando su plástica sonrisa como un áspero gorro
de baño.
- ¡Oh, no! - Dijo. - Es mi admiración... mi admiración... y mi aprecio por
usted ... por usted y su profundo... nada más... No, no, nada más... Su
conocimiento... su conocimiento, si... Nada más. Si, nada más... Oh, no... nada
más... en serio... es mi... solo eso... ¿comprende?... oh, no...!
Cuando le vi farfullar de aquella manera, no solo podía escuchar su profunda
confusión. También podía advertirse la violenta aceleración de su mente, el desorden
de las ideas. El miedo resoplába en su boca como ráfagas de aire colándose
entre las hojas de los árboles, ocultando el sonido de su voz, robándole
palabras como quien quita ladrillos a un muro.
Tocaba el piano en un viejo bar de ciudad repitiendo el mismo repertorio
cada día. Y según me dijo hacía un par de meses que había decidido deshacerse
de su piano de los últimos quince años porque “el que tengo es… no sé… es como…
¿sabe?... como si se hubiera aprendido las partituras… eso, sí… las partituras
de memoria… sí, ja ja, sí… de memoria, sí, bueno, ya me entiende… como si se
las hubiera aprendido y ahora, ¿sabe?… ahora no quiere que toque ninguna otra…
en serio, no quiere que toque ninguna otra… ¿lo puede creer?, no me deja que
toque ninguna otra… es increible… ¡increible!… ¿lo puede creer?... ¡puto
piano!...”
Y volvió a levantar el telón de sus labios, como una cortina tras la que
asoman los pies, mostrando sus pequeños colmillos descalzos, sin suelo donde
morder. Detrás se perfilaba la sombra de una sonrisa escuálida: "Y, bueno… yo… sí, verá, yo… como mi aprecio… usted ya sabe mi aprecio… he
pensado que tal vez… bueno, no sé… sí… tal vez, he pensado, tal vez podría
ayudarme a matar a mi piano… bueno, no, claro, je je… matar no… je je… ya sabe…
dejarlo, eso, sí!... dejarlo ¿sabe?... es que yo… es decir, no puedo… no sé,
vamos… no sé como... ¿sabe?, no sé… en realidad es como si ya no pudiera
enseñarle más, ¿no cree?… es decir, sí… ya me entiende… como si al puto piano
le hubiera ya enseñado todo… eso es, sí, eso quiero decir… en realidad ya se lo
he enseñado todo, ¿no?… ya me entiende usted… su conocimiento… o sea no hay
piano ya que pueda aprender más de mí, ¿no cree? ¿eh?!... ¿ya sabe, no?... es
decir, sí… ¿ya sabe lo que quiero decir, verdad?... es que yo no… no sé… no…
¿entiende?... puto piano…”
Antes de que volviera a cruzar la selva de sus emociones a machetazos me
levanté a abrirle la puerta:
- No se preocupe, algún día encontrará quien le toque a usted.- Pobre
idiota, pensé, solo es un vampiro.
1 comentario:
"El miedo resoplába en su boca ... robándole palabras como quien quita ladrillos a un muro."
siempre revelante, entre revelador y relevante... bello ;)
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